15 minutos
(Artículo publicado en la edición en papel de Generación XXI Zaragoza)
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David Ballota
David Ballota
Los ecologistas como los gelaos de Guizhou adoran las montañas, el sol, el cielo y las vacas. En defensa de uno de sus dioses más preciados, la montaña, se presentaron con más de 30.000 firmas en las Cortes de Aragón para, al menos, debatir y compartir ideas con los representantes del pueblo. Apenas les escucharon –la mayoría manda- y en quince minutos (!!!) los despacharon como a mercadores del rastro.
Si ya lo sé, a algunos de vosotros el mundo amish que adivináis detrás de algunos fundis del ecologismo os produce un escalofrío nada futurista, pero esa no es la cuestión.
La cuestión, la raíz de fondo, es el desprecio de sus señorías a la materia prima con la que construiremos el siglo XXI y que no es otra que el derecho de participación.
Los viejos políticos superados por las nuevas corrientes de pensamiento y la revolución tecnológica se resisten a poner en marcha el protocolo de actuación que asume con lógica posideológica la sociedad civil: cuantas más personas reflexionen sobre un problema más oportunidades existirán para dar con la solución correcta.
La mayoría de los viejos políticos resisten aislados en el bunker de la premodernidad liderados por una elite que se juega su supervivencia haciendo trampas al futuro. Son el imperio de la burocracia insolente que no escucha a nadie y que hace política con las cartas marcadas de la ley electoral.
Los fallos en los mecanismos de participación y representación desvirtúan la democracia. La complejidad de las innovaciones tecnológicas y sociales requieren ampliar los cauces de participación pues el componente esencial de la política no es la toma de decisiones sino el proceso que debe alumbrar las mejores soluciones.
La insolencia gubernamental hacia los amish lo es paradójicamente hacia el siglo XXI.
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